Por José M. de Areilza, Secretario General Aspen Institute España y Cátedra Jean Monnet-Esade.
La compra de Twitter por Elon Musk pone encima de la mesa el debate sobre la libertad de expresión.
Los gigantes tecnológicos han crecido tanto que su poder trasciende los límites de la economía y las finanzas. La red social Twitter, por ejemplo, se ha convertido en la plaza pública más importante de la democracia en muchos países. Es cierto que su formato obliga a presentar los argumentos con una simplificación excesiva y que los actores más extremos consiguen más recorrido.
También que un porcentaje no pequeño de tuiteros son ‘bots’ o imitaciones de humanos a través de inteligencia artificial, con fines comerciales o políticos no siempre declarados. En estos días, la adquisición de esta empresa por Elon Musk, el hombre más rico del mundo, ha puesto encima de la mesa la pregunta sobre el futuro de la libertad de expresión.
El magnate es partidario de ensanchar sus márgenes y se proclama un defensor absoluto de este derecho fundamental. Ha anunciado que prescindirá de la mitad de los trabajadores de la red social, muchos dedicados a la moderación de conversaciones. Pero el tiempo en el que internet era un continente nuevo, sin reglas ni instituciones, ha pasado y el espíritu libertario de Musk se ha quedado algo anticuado. La tecnología digital afecta a nuestras vidas de tal modo que necesita estándares y garantías para seguir creciendo. En los países occidentales solo mantendrá su utilidad si protege la dignidad humana y sus libertades, y es capaz de frenar la avalancha de contenidos ilegales.
De este modo, cuando Musk tuiteó hace unos días al adquirir la plataforma «el pájaro ha sido liberado», el comisario europeo de Mercado Interior le contestó: «En Europa, el pájaro vuela siguiendo nuestras normas». Por su parte, los anunciantes han dejado claro que solo mantendrán sus contratos si la red social mantiene sus reglas de moderación. El magnate enseguida ha propuesto cobrar al usuario por disfrutar de una navegación con garantías. La idea tiene un lado positivo, al configurar a la empresa como un prestador de servicios en una relación directa con sus clientes. Plantea sin embargo el interrogante de cómo evitar la exclusión de muchas voces diversas y necesarias en los debates de la democracia.
Otro reto que se plantea en la nueva etapa de Twitter es si Donald Trump puede volver a tener una cuenta. El expresidente fue expulsado en enero de 2021, tras apoyar el asalto al Capitolio y ahora aspira a recuperar este instrumento esencial para su regreso a la arena electoral. Musk empieza darse cuenta de que no ha comprado un juguete, sino un cúmulo de problemas.
Debería resolverlos con una lógica distinta a la que está acostumbrado.
Este artículo ha sido publicado en los diarios regionales de Vocento el domingo, 6 de noviembre de 2022.
Copyright © Foto de Periskopi.