Personas relevantes del mundo de la tecnología y otros ámbitos advierten que los avances tecnológicos ponen en peligro el futuro de la humanidad. Pero la respuesta al inevitable desarrollo tecnológico que nos espera es colaborar y relacionarnos más con otros.
25 de enero, 2024
El pasado 25 de septiembre Ethic publicó un artículo de Diego Hidalgo con el título: «¿Estamos creando un mundo en el que el ser humano sobra?». En él, el autor se hacía eco de un texto de Bill Joy, cofundador de Sun Microsystems, escrito en el 2000 sobre los riesgos que presentaba el desarrollo tecnológico para el futuro del ser humano. Algo más de 20 años más tarde, Diego Hidalgo confirma la perspicacia del autor estadounidense indicando cómo los recientes avances en inteligencia artificial (IA) han acercado a nosotros dichas predicciones o temores que quizá parecían exagerados o muy lejanos en el tiempo.
La principal razón es la enorme concentración de poder tecnológico en manos de muy pocas empresas. Pero, como explica Hidalgo, el reto no es solo económico o empresarial, sino sobre todo político. La carrera por el desarrollo tecnológico es también la carrera por el dominio político, militar y económico del mundo. En el fondo, es tanto una carrera a favor de la innovación y el desarrollo, como una carrera de miedo. Porque junto al primer tipo de argumentos sobre el potencial transformador de la IA para la economía, en Occidente se oyen reiteradamente otros referidos al ascenso de la superpotencia china que es necesario parar o superar. De esta forma, defender una pausa, dar tiempo para la reflexión, se considera ingenuo o contrario al progreso. Los recientes acontecimientos en OpenAI, en el que en pocos días se destituyó y reinstauró con más poderes su consejero-delegado, Sam Altaman, hablan por sí mismos.
La carrera por el desarrollo tecnológico es también la carrera por el dominio político, militar y económico del mundo
Por tanto, es una carrera empresarial y militar. El avance tecnológico propio de la famosa Ley de Moore, unidos al lanzamiento de ChatGPT y otras herramientas de IA a principios de 2023, provocará un impresionante desarrollo tecnológico que sacudirá una vez más, pero de forma más rápida, nuestras formas de vivir y pensar. Fue Alvin Toffler el primero en advertir hace varias décadas de que cada revolución tecnología sería más rápida y más intensa que la anterior. Un mundo que al mismo tiempo ha vivido la amenaza global del covid-19 y luego los recientes conflictos bélicos en lugares muy sensibles como Ucrania y Palestina (más otros menos conocidos en África y Asia).
Personas relevantes del mundo de la tecnología y otros ámbitos advierten que estos avances ponen en peligro el futuro de la humanidad. El riesgo más evidente es la aplicación sin restricciones de la IA a la defensa, lo que puede llevar a que las decisiones de vida y muerte se tomen de manera autónoma y automática. Otro riesgo real y que empieza a ser una realidad en países como China es el control estatal en tiempo real de todas las decisiones de un individuo y su recompensa o sanción instantánea con un sistema autoritario de créditos y castigos. En Occidente, la adicción digital, la pérdida de conocimiento de lo que es verdadero y falso y la desigualdad económica generada por un progreso que favorece sobre todo a unos pocos forman parte de este elenco de riesgos.
A pesar de todo este repertorio de amenazas, algunas ya muy reales, es sorprendente la escasa reacción política y social. A principios de noviembre, una conferencia internacional sobre IA realizada en Londres nos ofreció una entrevista realizada por el primer ministro británico, Rishi Sunak, a Elon Musk. Baste recordar que este primero ofreció el apoyo de sus satélites Star Link para proveer de conectividad digital Ucrania, para luego desconectarlos, reclamar dinero a Estados Unidos y proponer a Vladimir Putin un plan de paz favorable a Moscú que el magnate había improvisado con la ayuda de una encuesta en su red social. El formato del acto, con un político entrevistando a un empresario, llamaba poderosamente la atención.
En la entrevista, Elon Musk reconocía que en un futuro próximo quizá no sería necesario el trabajo humano, añadiendo, «aunque probablemente no le guste a todo el mundo». Unos días más tarde el gobierno británico anunció que pausaba de momento cualquier intento de regulación en su país de la IA, para no obstaculizar la innovación empresarial. Toda una muestra de impotencia política. En EE.UU., Joe Biden no ha podido en su primer mandato impulsar una regulación de las principales empresas tecnológicas y solo ha intentado frenar su poder a través de la política de «antitrust» o defensa de la libre competencia, por ahora sin resultados tangibles. Recientemente, la Unión Europea (UE) ha aprobado el primer intento de regulación de la IA, con el propósito de civilizar el progreso y sujetarlo a normas básicas relacionadas con los derechos humanos y la rendición de cuentas. Pero Europa va muy por detrás en la competencia económica y empresarial que guía la revolución digital y está aún más rezagada en materia de seguridad y defensa. Sus loables intentos de crear reglas del juego no tienen el respaldo suficiente de capacidades geopolíticas propias.
Parece claro que si no hay una reacción política y ciudadana más global vamos a un escenario poco deseable. Sería necesaria una mayor movilización del público y las instituciones para regular la IA de forma segura, sostenible y equitativa. Pero nos tememos que esto no va a suceder. Los impresionantes beneficios de todo orden que genera y la seducción a corto plazo de estas tecnologías son demasiado grandes para que cambie.
Sería deseable una mayor movilización del público y las instituciones para regular la IA de forma segura, sostenible y equitativa
¿Qué podemos hacer entonces?, ¿resignarnos a un futuro que se anuncia prometedor y amenazador al mismo tiempo? Una mayor participación política y social es deseable y nos deberíamos concienciar todos de ello. Ejemplos y manifiestos como el de Diego Hidalgo nos parecen necesarios.
Pero, por muy poderosos y entreverados que sean esos intereses, por mucha ambigüedad que impida deshacer el nudo gordiano, por muy anestesiados que estemos, siempre dependerá en alguna medida de nosotros: cómo nos tratamos y cómo nos relacionamos. Cada conversación, cada encuentro, cada acontecimiento en el que personas dialogan y escuchan, o simplemente se acompañan, se estiman y toman un café juntas, es una oportunidad para demostrar que no sobramos, que nadie sobra, que todos tenemos mucho que aprender unos de otros.
La respuesta al inevitable desarrollo tecnológico que nos espera es colaborar, relacionarnos más con otros, ser conscientes del valor del encuentro. Subrayar que la humanidad es lo que es, con su extraordinaria historia de progreso, gracias al valor de la comunidad, al saber organizarnos como seres humanos, a contribuir y aportar lo mejor que tenemos. La tecnología tiende a aislarnos, a delegar en ella cada vez más facetas de lo humano, pero nunca una tecnología superará en determinadas actividades al valor del individuo que se sabe deudor de los demás, a la inmensa creatividad que se genera cuando seres humanos colaboran voluntariamente.
Las máquinas nos superarán mil veces en eficiencia y en rapidez. Son mucho mejores cuando competimos en la realización de cualquier proceso económico. Pero lo que consiguen unos seres humanos que de forma libre cuando despliegan su entusiasmo en cualquier causa y dirección nunca lo alcanzará ninguna máquina. Porque va mucho más allá de lo económico y toca lo más importante: el sentido de la vida, lo que hace que merezca la pena vivir. Quizás es el momento para pensar mucho más en esto.
Este artículo ha sido publicado en Ethic el 25 de enero de 2024 por Alberto Núñez, profesor del Departamento de Dirección General y Estrategia de Esade, y José M. de Areilza, profesor del Departamento de Derecho y del Departamento de Dirección General y Estrategia de Esade.