Por Alfonso Goizueta, Alumni del Seminario Aspen – Cañada Blanch «Liderazgo y Valores»
Durante el Seminario Aspen – Cañada Blanch «Liderazgo y Valores en Europa» organizado por Aspen Institute España y Fundación Cañada – Blanch, con el apoyo de la Secretaría de Estado para la Unión Europea y la iniciativa Hablamos de Europa, se trataron diversos temas como la integración europea después de la Covid, los valores europeos o el pacto intergeneracional.
Valores europeos
A raíz de la pandemia de la Covid-19 se ha hecho patente la necesidad de reforzar los valores que estructuran el liderazgo europeo, a fin de desarrollar una respuesta conjunta de los socios europeos a los desafíos que vendrán en estos años 20. Este es el debate fundamental del seminario Aspen – Cañada Blanch en el que se interrogan textos desde Sófocles a Vargas Llosa.
La pandemia ha sacado a relucir lo mejor de muchas personas también, la solidaridad de los Estados, y sin embargo ha evidenciado muchas de sus carencias además de haber agudizado competencias y disputas internacionales. La Covid-19 ha espoleado tendencias que venían produciéndose a ritmo más lento en la década anterior. La polarización entre el eje iliberal y económicamente potentísimo que lidera China, y el «liberal international order» (ILO) a cuyo liderazgo se vuelve a consagrar Estados Unidos bajo la presidencia de Joe Biden, hace necesario un posicionamiento por parte de Europa. Para ello se necesita confianza en sus valores de libertad y solidaridad pero también un liderazgo fuerte que contribuya a cohesionar los intereses y opiniones de los veintisiete Estados miembros. Sin embargo, tanto ese conjunto de valores como esa esperanza de liderazgo que los abandere se ven amenazados por un enquistamiento del nacional-populismo, al que las terribles consecuencias socioeconómicas de la pandemia han dado aires nuevos.
Nacionalismo e integración europea después de la Covid
En el seminario se debate sobre cómo se ha diluido la idea de una Unión Europea y se ha regresado regresa al concepto, apoyado por diversos gobiernos, de la Europa de naciones. Europa se encuentra a la salida de la crisis de la Covid en la encrucijada de cuál será su planteamiento estratégico para esta década. Durante la noche se celebró un coloquio sobre el futuro de la Unión Europea y los planes de recuperación en el que intervinieron Valentina Martínez Ferro, portavoz de Exteriores del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, y Nereo Peñalver, asesor en el gabinete del Alto Comisario para las Relaciones Exteriores de la Comisión Europea, moderado por José María de Areilza. La conversación puso de manifiesto que el gran elefante en la habitación continúa siendo el papel que debe ejercer la Unión como tercera vía en entre el eje atlántico y el mundo sobre el que China ejerce su influjo — África, el Indo-Pacífico, zonas de América latina. Tras las secuelas de la pandemia, ¿tiene Europa la capacidad, la autonomía estratégica, para acercarse a Estados Unidos en lo político-militar y a China en la comercial?
El nacionalismo interno que fractura el proyecto común europeo dificulta que la Unión funcione como un ente cohesionado en un nuevo sistema internacional caracterizado por el regreso de las grandes potencias. A raíz de los planes de recuperación frente a la Covid, se ha ensanchado la grieta entre los llamados «países frugales», acreedores, y los deudores del sur. La inestabilidad política provocada por el shock de la pandemia continúa instalada en el corazón de Europa. La lucha abierta entre las farmacéuticas británicas y la Comisión Europea no ha dejado de ser una prolongación de la crisis del brexit —el Reino Unido es una potencia científica cuya ausencia del club europeo durante la pandemia se notado duramente. En Italia la pandemia ha dado una esperanza a la gobernación tecnocrática bajo la batuta ortodoxa de Mario Draghi aunque la experiencia reciente de la política italiana demuestra que los gobiernos de este corte tienden a no vivir mucho. Las elecciones en Alemania, sea cual sea el resultado, darán pie a un gobierno sin Angela Merkel, líder nata de Europa en los últimos años, que por tanto no contará con su auctoritas en las instituciones europeas. En Francia, la reelección de Emmanuel Macron pende de un hilo y la destrucción socioeconómica ocasionada por la Covid puede dar fuelle de nuevo al populismo nacionalista y anti-europeísta.
A pesar de que entre las consecuencias positivas del brexit ha estado el reforzamiento de la cooperación entre los veintisiete frente al «socio díscolo» que optó por salir de la Unión, los derivados de la pandemia aún pueden malograr ese efecto y a ese respecto es crucial el resultado del ciclo electoral en el que entra ahora el viejo continente.
Liderazgo: amenaza y oportunidad
El papel de la Unión Europea en los próximos años va a estar caracterizado por el resultado de ese ciclo electoral que afecta a los principales líderes del proyecto – Francia y Alemania. Ambas potencias son las que mayor influjo ejercen sobre las instituciones comunes y en una se corre el riesgo de un triunfo populista y en la otra el del ascenso de un líder menos comprometido con Europa que la canciller Merkel.
En las conversaciones del seminario a raíz de este coloquio surge de nuevo la pregunta de si se debe avanzar hacia una integración europea más profunda que facilite un liderazgo único. Se menciona el affaire de Turquía, cuando la presidenta de la Comisión Europea se quedó sin asiento junto al presidente turco porque solo había una silla, que ocupó el presidente del Consejo Europeo. Tras esa incómoda situación subyace el hecho de que las grandes potencias del mundo tienen un solo individuo que las represente mientras que la Unión Europea deambula como una hidra cansada que no se decide sobre cuál de sus cabezas lleva la voz cantante. Ese liderazgo multi-céfalo es, tal vez, lo que dificulta que los veintisiete consigan jugar como uno solo y lo que lastra la consolidación de la Unión como una gran potencia por sí misma.
El quid de la cuestión radica en la dificultad de conseguir un liderazgo único que se superponga a los sentimientos nacionales cuando «lo local» aún está muy presente en las sociedades europeas. Si bien la pandemia ha evidenciado que somos un mundo conexo y globalizado, y por tanto reforzado la conciencia de ciudadanía global y solidaridad internacional, el miedo al contagio también ha resultado en el levantamiento de muros mentales que dificultan una mayor integración. Al recelo xenófobo entre los distintos se ha unido el miedo vírico: puede que el mayor ejemplo de esto haya sido la campaña de vacunación, donde la mayor parte de los Estados han velado por los intereses de sus ciudadanos saltándose en ocasiones las directrices de la Unión Europea.
La pandemia ha sido un espejo en el que se han reflejado las profundas deficiencias del sistema europeo, sus contradicciones y sus lagunas. Pero precisamente por ello ha sido también un punto de inflexión a partir del cual se debe trabajar para mejorar el proyecto común. Se menciona en el seminario la filosofía china de que «cada crisis es a la vez amenaza y oportunidad»: el plan de recuperación frente a la Covid-19 ha sido de los mayores esfuerzos de keynesianismo de la historia reciente; ha dejado en minucia el Plan Marshall. Supone una gran ocasión para los socios europeos de sellar las grietas del proyecto aunque para ello sea necesaria una estrategia a largo plazo basada en los valores comunes y orquestada por un liderazgo eficiente.
Justicia intergeneracional: un pacto frágil
El enorme esfuerzo keynesiano de la recuperación no es, se recuerda durante el coloquio, una inyección de dinero líquido como tal, sino un plan de inversión pensado para la modernización de las economías europeas. Los planes de descarbonización y digitalización hacia los que encaminan los fondos europeos pueden, no obstante, ocasionar un desajuste en las sociedades, una brecha del pacto entre generaciones al verse desfavorecidos los unos por la modernidad y endeudados eternamente los otros por el coste de alcanzarla. Para evitar esta ruptura se hace necesaria una revisión del pacto intergeneracional que pasa por la inclusión de la juventud en los debates que conciernan a las generaciones mayores pero que indirectamente la impliquen a ella —por ejemplo, el tema de las pensiones que es una de las bases sobre las que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se sustenta el sistema de bienestar europeo.
La importancia de mantener vivo el pacto intergeneracional es crucial para la supervivencia del proyecto europeo y para su evolución en competitividad y eficiencia frente a las grandes potencias en la década venidera. Son precisamente las grietas en este pacto las que crean una desigualdad entre generaciones que muda en desafección hacia las instituciones y el proyecto común: el germen del nacional-populismo. Si se agranda la brecha entre la generación que hizo el esfuerzo de la integración pero que ve que su vejez no está asegurada, y la generación joven, que constata con frustración y hastío que no va a tener el mismo nivel de vida que sus progenitores, la confianza en el sistema colapsará.
Es además especialmente peligroso el hecho de que la generación joven se sienta lastrada por las deudas de las generaciones mayores: ello genera no solo un rechazo hacia un proyecto como el europeo sino que además fomenta la adhesión a ideas que propugnan un proyecto menos libre pero económicamente funcional. La joven es una generación que no ha conocido las amenazas a los valores democráticos —principalmente el fascismo en entreguerras y el comunismo soviético después de 1945— contra las que se unieron los países de Europa occidental en el esfuerzo integrador de los años 50 y 60. La libertad como algo dado y no como algo que por lo que se lucha hasta conseguir es una idea que motiva que muchos jóvenes europeos no sientan como propios los valores de la Unión y vean a esta como una herencia onerosa y caduca de sus anteriores. Por lo tanto, para muchos de ellos no hay escándalo en querer imitar modelos como el chino en el que (se supone, como si todo funcionase con una sencilla ecuación) se intercambian las libertades civiles por el rugiente desarrollo económico.
Al otro lado del espectro se encuentra la generación que, a pesar de haber conocido de primera mano las ideologías liberticidas del siglo XX, sienten que el esfuerzo que se les demandó en pos de la integración no ha dado el resultado que esperaban. Ven ahora como los planes de recuperación de esta brutal crisis pasan por una modernización de las economías y una integración de las sociedades que conllevará la desaparición de sus modelos de vida local y los dejará aislados en un mundo nuevo e incomprensible. Todos estos factores ya estallaron tras la crisis de 2008 y han sido un leitmotiv de la política europea en la última década. Las consecuencias no solo de la Covid sino de la respuesta que ofrezcan los gobiernos miembros y la Unión pueden incluso cronificar.
Pensar los valores y el liderazgo europeos en el futuro pasa por buscar una solución para que las costuras del pacto intergeneracional no salten por los aires. Los proyectos históricos como el de la Unión Europea que aspiran a prolongarse durante generaciones necesitan asegurar la fortaleza de lo que une el pasado con el futuro. De otra forma, estos proyectos muere con la generación que los vio nacer.
Seminario Aspen – Cañada Blanch «Liderazgo y Valores en Europa»