27 June 2022
Leadership and Values in Europe
By: Alfonso Goizueta

Por Alfonso Goizueta, Alumni del Seminario Aspen – Cañada Blanch “Liderazgo y Valores”

Se celebra la IV edición del seminario Aspen «Liderazgo y Valores en Europa» en colaboración con la Fundación Cañada Blanch y con el apoyo de la Secretaría de Estado para la Unión Europea y de la iniciativa “Hablamos de Europa”. El diálogo se produce en torno a una serie de textos, desde Platón hasta Borges, que interrogan sobre la naturaleza humana, nuestra capacidad para la vida en común y la justicia, y que deriva en un debate sobre nuestra propia sociedad y la convivencia en el marco europeo. Este debate se produce en un momento de gran trascendencia debido a que la Unión Europea afronta por primera vez en décadas una guerra en el propio continente, y el liberalismo continúa retrocediendo alrededor del mundo ante el avance del autoritarismo. España ocupará en 2023 la presidencia del Consejo de la Unión, ¿cuál debe ser su propósito de liderazgo?

Naturaleza humana. Deshumanización y disonancia.

Se abre el debate con el cuento de Gabriel García Márquez Un señor muy viejo con unas alas enormes (1968), ese relato de lo real maravilloso que refleja la transformación de una familia tras estrellarse una suerte de ángel en el gallinero de su casa. La familia lo rechaza, lo mira con asco, saca provecho de él exhibiéndolo como animal de feria, y después, tras cejar el rédito económico, respira aliviada cuando lo ve marchar. El texto interroga de alguna forma la naturalidad de las reacciones humanas ante un evento súbito que altera la vida cotidiana: ¿cómo se enfrenta lo abrupto? ¿Cuál es la relación el diferente y qué muestra ello sobre la propia naturaleza del hombre? El hombre puede ser bueno por naturaleza porque en él mora la piedad – atrofiada, según Rousseau, por la civilización basada en la propiedad privada – y sin embargo el rechazo al diferente, representado en este cuento por ese «ángel» sucio y enfermo, para nada reflejo de majestad aérea alguna, parece imposible de combatir. No solo eso: el hombre establece diferencias entre los distintos tipos de diferentes según, se comenta en el seminario, lo «amables que le sean» – esa «amabilidad» siendo por supuesto representación del rédito que se extraiga (social, económico, moral…). En el cuento, el pueblo caribeño se olvida presto del ángel cuando con una caravana de feriantes aparece una mujer tarántula con la que a diferencia del lucifer enfermo y mudo sí pueden comunicarse y que además, dice el narrador, trae consigo una historia cargada de «verdad humana y de tan temible escarmiento». Con ese ser hay una empatía distinta de la que hay con el ángel caído, lo cual hace patente que el hombre discierne entre distintos tipos de diferencia.

El caso más evidente que evoca esta lectura de García Márquez a los participantes es el de los refugiados y el de la propia sensibilidad europea frente a los conflictos bélicos especialmente ahora que hay uno a las puertas del continente. Desde que en febrero de 2022 Ucrania fuera invadida ilegal e injustamente por Rusia, se ha abierto en Europa una veda de solidaridad para con el pueblo ucraniano. La semejanza cultural con los ucranianos parece incluso haber derribado el constructo xenófobo respecto a refugiados y migrantes, entorno al cual se habían construido los nacional-populismos de los años 2010. Polonia, por ejemplo, uno de los países que desde el grupo Visegrado articulaba la respuesta del Estado nación al europeísmo, que recelaba enormemente de la política migratoria y de refugiados de la Unión Europea, ha sido el adalid de la acogida a los refugiados ucranianos. Las causas pueden estar, en verdad, en una afinidad de civilización y cultura que no existía en el caso de los refugiados sirios o los migrantes mediterráneos. Puede también que en ese caso exista, como en el cuento de García Márquez, una «sincera aflicción» ante el «terrible escarmiento». Polonia ha estado ocupada por potencias militares durante la gran parte de los últimos doscientos años. La entrega a los refugiados ucranianos puede ser parte de una política de denuncia a la amenaza rusa, como si el hecho de la acogida sirviera para reforzar el discurso de que Rusia es una potencia expansionista, amenazante, y que los miedos de Polonia están bien justificados.

Pocos de estos argumentos pragmáticos podían extraerse de la crisis de refugiados sirios que puso en vilo al continente europeo en 2015. En aquel entonces la canciller alemana Angela Merkel abrió las fronteras en un arrebato de humanitarismo que no se compartió en capitales europeas donde se veía que lo que lo que entraba en sus casas era un ángel «pesadilla» con «alas de gallinazo grande»» y no la Aracne triste del Caribe. Gran parte del nacionalismo en Europa y en Estados Unidos, viene precisamente marcado por un fuerte componente nativista que rechaza la llegada de migrantes del mundo árabe y subsahariano, en un caso, y del mundo hispánico, en el otro. Enfrenta a los que son de aquí frente a los que vienen de fuera, como forma de discernir entre los que son semejantes (y por ello aliados) de los que son diferentes (y por lo tanto enemigos), distinguiendo entre  los que merecen dignidad por semejantes y los que no por diferentes. Ello conforma un peligroso marco mental del que brotan gran parte de las amenazas al orden liberal de nuestros días. El pretexto con el que Vladimir Putin invadió Ucrania en febrero de 2022 no dejaba de estar vinculado a un concepto de «gran nación rusa» y de «desnazificación» del territorio.

Se está produciendo, en definitiva, una discrecionalidad en el otorgamiento de dignidad humana al diferente: la doncella tarántula, sí; el ángel caído, no; el refugiado ucraniano, sí; el sirio, no. La causa de ello está, más que en una naturaleza buena o mala del hombre, en una naturaleza interesada motivada por un puro instinto de supervivencia. Esa búsqueda el bien particular por encima del bien común no por maldad sino por necesidad de sobrevivir, que ya exploraron autores desde Platón hasta Hobbes, parece ser una de las cosas que define la esencia del hombre, sin que la piedad de Rousseau o la bondad inherente, como pensaba el oriental Mencio, lo impidan. El miedo al otro, que no es sino un miedo a que el otro logre sus intereses con ello impidiendo que se logren los propios, contribuye a conformar una sociedad defensiva que se vuelve, podríamos decir, militante cuando, como ahora, los contextos se muestran especialmente peligrosos (crisis bélica, económica, migratoria…). Es una de las conclusiones a las que sí se llega en el seminario, que el instinto de supervivencia, de protección, está detrás de sesgos y perjuicios que hoy por hoy caracterizan, tanto para bien como para mal, nuestra vida en común. Estos sesgos, como dice una participante, son imposibles de superar aun en la más altruista de las sociedades.

Europa y liderazgo. La presidencia española del Consejo de la UE en 2023.

Durante la noche de la primera jornada se organiza un coloquio sobre futuros retos de la Unión Europea en la post-pandemia y el papel de España en la presidencia de turno entre Aurora Mínguez, ex-corresponsal de RTVE en Alemania y Francia, y Pablo Rodríguez Suances, corresponsal en Bruselas del diario El Mundo, moderado por José María de Areilza, secretario general del Aspen Institute España.

La crisis de Ucrania, a la que se dio una respuesta pronta en sus primeras semanas, no logrará, como tampoco la de los refugiados o la del brexit, que la Unión se consolide como actor geopolítico. Que se fracturara el grupo de Visegrado al evidenciarse que la Hungría de Viktor Orban mira más a Rusia que Polonia parecía dar esperanzas en ese futuro geopolítico, pero pronto se ha visto que las divisiones en el seno de la Unión continúan alejando ese eventual horizonte. Así como los primeros paquetes de sanciones contra Rusia se aprobaron a gran velocidad, el tiempo entre paquetes ha ido espaciándose y el paquete que contiene las sanciones al petróleo ruso corre hoy el riesgo de naufragar. Se ha constatado que la Unión no sigue de modo lineal el modelo monetiano de hacerse fuerte siempre frente a las crisis; responde a ellas, sí, con mayor o menor acierto, y en cada una se produce un cierto aprendizaje. En este caso, la meta volante de convertir a la Unión en un actor de defensa, colaborador pero no dependiente de la Alianza Atlántica, es un proyecto que ha avanzado mucho en pocos meses.

La presidencia de turno de España podría contribuir a desarrollar ésta y otras vertientes de la integración (ciudadanía europea, relaciones con los países del Mediterráneo y Latinoamérica, igualdad de género). Con este fin hemos de dejar atrás la idea orteguiana de España como problema y Europa como solución y fortalecer nuestra capacidad de liderazgo entre nuestro pares continentales.

La asimilación del prejuicio novecentista de la España incapaz, la España convencida de que es mejor que otros lideren, no solo es negativa para nuestro país sino para la propia Unión Europea que hoy por hoy no es (y tal vez nunca sea) una máquina que marcha sola. Necesita del impulso de sus Estados miembros, de sus líderes, para continuar avanzando; necesita motor nacional. España, convencida de que marcha por inercia, representa una abdicación de ese liderazgo. Más aún después de la marcha de Merkel, que fue líder indiscutible de la Unión durante su mandato, Europa puede mostrarse debilitada en un momento crucial para su supervivencia. Alemania bajo Olaf Scholz maneja una transición delicada debido al shock que la invasión de Ucrania ha supuesto para las dinámicas heredadas de los ostpolitikers. La Francia de Emmanuel Macron no cuenta con vocación de liderazgo europeo sino con vocación de que la pertenencia a la Unión Europea sea beneficiosa para Francia. En la sociedad europea, en general, no existe una vocación de liderazgo. Allí donde no bulle el euroescepticismo lo hace, como en España, un «eurobeatismo». Es imprescindible el liderazgo valiente y crítico porque se corre el riesgo de permanecer anestesiado, estancado en el Río Vago como en el cuento de Zadie Smith (2022), en un ir y venir simplemente apagado. En tiempos de crisis instituciones dependen más que nunca del empuje sus líderes, es necesario recordarlo.       

¿Queremos seguir viviendo libres y juntos? Sostenibilidad y justicia intergeneracional.

Uno de los interrogantes que se plantea a raíz la cuestión ucraniana es si la globalización ha llegado a un punto máximo y lo que se avecina es su regresión. El mundo interconectado no ha borrado el sesgo identitario de la faz de las sociedades y puede que ese sea precisamente su talón de Aquiles. Dentro del propio Occidente, la migración continúa planteándose con un vector economicista – cuánto aportan los inmigrantes, si se debe comprar, cosificar, la migración – y no con uno de humanismo en torno al cual, en teoría al menos, está construida la sociedad occidental. La inherente contradicción – disonancia cognitiva pura – de las sociedades occidentales es que se defiende un humanismo al tiempo que se enarbola una bandera economicista en aspectos como el de la migración o el asilo. ¿No atenta ello contra los propios principios que sustentan la civilización europea? Refuerza ello el argumento de la naturaleza interesada, pragmática, que enfrenta la contradicción intrínseca en la vida entre deseos y bienes finitos. Es evidente que no se puede permitir la migración desordenada e ilegal, pero tampoco cosificar a la persona migrante poniendo criterio económico y de utilidad como peaje de entrada. Se deben buscar caminos que pasen por el largo plazo como la cooperación internacional, el desarrollo, pues en la ambición de resolver las cosas en el corto plazo es cuando surgen las contradicciones que acaban con las mejores intenciones.

El de la migración es tan solo uno de los retos intergeneracionales que vienen de la mano de este freno a la globalización. El ascenso de megalópolis que dejaran regiones despobladas, el cambio climático que generará refugiados climáticos, la deslocalización de la producción, el regreso de una política de grandes potencias, la imposibilidad racional de una transición ecológica indolora…; todos son problemas que necesitan de soluciones holísticas en largo plazo y para los que hace falta gran compromiso político, del que se carece. Es difícil, por no decir imposible, para el político democrático centrarse en un plazo temporal que vaya más allá de la reelección. Se ha creado así una verdadera desafección por la democracia en gran parte de occidente. Ante el modelo aparentemente imparable de China, se ha instalado en segmentos de la población de los países democráticos la peligrosa idea de que un régimen autoritario pero efectivo es preferible a una democracia deficitaria e ineficiente. Es mejor una suerte de leviatán mefistofélico, que garantice la prosperidad económica y la seguridad a cambio de las libertades individuales.

Pensamientos como estos, cada vez más comunes y fomentados por la marejada de desinformación y la sobreexposición a datos y noticias, contribuyen en una suerte de profecía auto-cumplidora a que la política democrática se estanque en el corto plazo. ¿Por qué? Simplemente porque es más defendible, porque el largo plazo tiende a plantear un incomodidades en el corto y así no se saca rédito político. Es necesario (alas, ¿irreal?) cambiar este paradigma. (Al final en el seminario siempre se oscila entre la idea del realismo mágico con el que se empezó y la crudeza del día a día). Es algo necesario más aún cuando los retos que hoy afrontamos marcarán a fuego a las futuras generaciones.

Este concepto de justicia intergeneracional se interroga en el seminario a través del Alcesteis del trágico griego Eurípides, en concreto el fragmento en el que el joven Admeto le recrimina a su anciano padre Feres que no haya querido morir por él cuando ya ha vivido tanto. Esa noción de justicia debida a las generaciones que precedieron marcan, se argumenta en el seminario, puede constituir un lastre mental para las generaciones más jóvenes, a las que se carga con la presión de labrarse el futuro en un mundo mucho más competitivo así como con la de salvar al planeta de la crisis climática y lograr que triunfo la equidad sobre abisales desigualdades. Ello hace que se plantee la cuestión de cuánto se deben las generaciones entre ellas y si ese concepto de la «deuda generacional» es en absoluto útil y tan absurdo es imponer deberes a los futuros como exigir responsabilidades a los pretéritos. A ese ser justo con los pasados evocaba Bertold Bretch en su poema A los que vendrán después (1956), en el que llamaba a «acordarse del hombre con comprensión». No significa ello no ser exigentes, al contrario; significa ser realista en la exigencia.

En temas, por ejemplo, como el cambio climático, las generaciones jóvenes inocentemente se echan a las espaldas la responsabilidad de revertir en el curso de unos años un problema que viene generándose desde la revolución industrial, y para el que sin embargo todavía no hay medios. A raíz del texto de Mary Anne Helgar Trabajo en el movimiento ecologista se interrogan en el seminario las posibilidades realistas de que la transición ecológica sea verdaderamente justa en términos intergeneracionales. Ello parece imposible debido a la gran dependencia de los combustibles fósiles, especialmente en el sur global. Vuelve a sobrevolar estos temas la idea del bien incómodo. Sin embargo, esa idea de bien puede, perfectamente, no ser un bien justo. Está claro que el «bien» radica en salvaguardar el clima pero, ¿ello ha de hacerse con la gran injusticia de lastrar el crecimiento de otros cuando en Occidente se han explotado los combustibles fósiles hasta la saciedad? Evoca lejanamente el cuento de Ursula K. Le Guin Los que abandonan Omelas (1979): pareciera que la misión climática pasa por condenar al ostracismo energético y económico a países que, como el niño de Omelas, se encuentran desprotegidos y expuestos por las consecuencias de la descolonización. Tanto el bien como justicia, se concluye en el seminario, son valores altamente dependientes del contexto y de la perspectiva del observador. Suele acabar imponiéndose una moral de grupo, colectiva, sobre el individuo. En momento en el que la libertad está en retroceso, puede que este triunfo de lo colectivo sobre lo individual tenga que someterse a revisión. Asimismo, hemos de repensar el individualismo que no contribuye a construir juntos el bien común.

Seminario Aspen – Cañada Blanch “Liderazgo y Valores en Europa”

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